bromea la gente local. La primera cosa con que reciben allí a una persona que ha pisado el umbral de la casa es una copa de aguardiente de Troyan. El líquido que embriaga fluye en restaurantes y tabernas elevando el grado del buen humor y el apetito. Las tapas de Troyan son una golosina inolvidable. Ensaladas de hortalizas frescas, queso casero de cabra u oveja, tocino condimentado con hierbas aromáticas, embutidos del cochinillo sacrificado en Navidad y un sinfín de platos que acarician el paladar y la imaginación y hacen de la cata del aguardiente de Troyan una experiencia única. Su producción obedece a tradiciones seculares y se ha convertido en un arte de por sí. No es casual que a la bebida de color de almíbar le ha sido dedicada una colección especial en el patio del museo local de oficios artesanales y artes aplicadas.
De allí nos enteramos que en 1871 el viajero húngaro Felix Kanitz menciona en sus crónicas las habilidades de los vecinos de Troyan de elaborar aguardiente de una especie local de ciruelas que se caracterizan por su alto contenido de azúcar y los huesos fáciles de separar. Se supone que los monjes del Monasterio de Troyan fueron los primeros en dedicarse a su producción ya en el siglo XVI y la
receta se guardaba en secreto y se transmitía de un higúmeno a otro. Se sabe que la bebida monástica contenía 40 hierbas curativas descritas detalladamente en la exhibición. Aprendemos, además, que en 1882 el aguardiente de Troyan recibió su primer reconocimiento mundial, un diploma y una medalla de bronce de la feria en la ciudad belga de Amberes. Las ventajas del elixir alcohólico fueron valoradas por personalidades emblemáticas como el Papa Juan Pablo II y el ex presidente norteamericano, Bill Clinton. En realidad a los conocedores les es difícil resistir su impacto mágico. Esto indica una anécdota curiosa del lejano pasado búlgaro.
Eleonora Avdzhieva, directora del Museo cuenta: “En 1928 en la aldea de Lomets, en la región de Troyan, se celebró un referendo de si se debían cerrar las tabernas. Era lógico que siendo tan alta la cantidad del aguardiente producido, éste se consuma en sitios públicos y en condiciones caseras. 115 votos eran a favor del cierre de las tabernas y solo 7 en contra. Sin embargo, los resultados duraron poco porque apareció un efecto inesperado por los organizadores. Los consumidores empedernidos que consumían en lugares públicos, quienes se vieron privados de la posibilidad de beber en su aldea, comenzaron a recorrer los pueblecitos vecinos y a veces no regresaban días y días. Como queda claro, las tradiciones no se borran con campañas políticas”.
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Versión en español por Hristina Táseva BNR
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